La lucha por el reconocimiento. Por: Abdiel Rodríguez Reyes



Se han esgrimido todo tipo de argumentos a favor y en contra del matrimonio igualitario. Las injurias en las redes sociales y medios de comunicación dejan el tufillo de odio. Me decía un amigo: mucha doxa, poca episteme. En ese sentido, subyace un tema de fondo, —más allá de la coyuntura —; la lucha por el reconocimiento por el cual se constituye el sujeto de derecho.

A lo largo de la historia de la humanidad muchas de estas luchas se fraguaron en condiciones desfavorables. Valga recordar elapartheid y el sufragio femenino, a la postre, se acabó la segregación y las mujeres pueden votar. La intencionalidad de que un grupo o sujeto con preferencias sexuales distintas sea reconocido en igualdad de derechos presupone una lucha por el reconocimiento legítima.

Los valores arraigados en nuestras costumbres y la concepción heteronormativa de la familia y el matrimonio limitan la comprensión y aceptación de lo distinto. Por lo tanto, lo negamos. El conservadurismo que pasa por las creencias religiosas merma el reconocimiento a la diversidad.

Para que se dé el reconocimiento a lo distinto, se tienen que dar cambios que lo permitan, estos se fraguan en distintos niveles: políticos, sociales, jurídicos y culturales. Son el resultado de conflictos sociales, como el que se está tejiendo entre los que están a favor y en contra del matrimonio igualitario, y por ende, de la diversidad sexual que postula la comunidad LGTBI.

Para que los cambios sean factibles, tienen que reflejarse en la normatividad, llámese: Código de la Familia, e incluso, la Constitución. Otros países, más desarrollados dieron el paso en ese sentido. Otros reculan.

Cambiar la moral y las costumbres será más difícil. Solo es posible mediante la formación (bildung) de espíritus libres que puedan pensar en y por el bienestar de todas y todos. La lucha por el reconocimiento al matrimonio igualitario (y todo lo que ello implica) es una lucha de largo aliento. El conservadurismo que se opone, está abigarrado en las formas de ser, estar, pensar y actuar; por ello, podemos ver a “ilustrados” e “ignorantes” oponerse de forma unidimensional con los mismos argumentos.

Todas las sociedades evolucionan, incluso, a partir de sus propias contradicciones. Nuestras opiniones no detendrán el movimiento de la Historia. Es cuestión de tiempo y resistencia. No es cuestión de depositar en el sentido común (frecuentemente guiado por la religión) de las mayorías, el derecho al reconocimiento de las minorías.

La oposición inflexible al matrimonio igualitario no es el final de la cadena, es apenas el comienzo, un eslabón más en el afianzamiento del conservadurismo, el cual se desplaza de la esfera privada a la pública, con miras a las elecciones generales del 2019. Estamos ante una pendiente resbaladiza. 

En un reciente artículo, en The New York Times, se habla de un nuevo conservadurismo cultural, que cambiará el mapa político electoral de la región en un contexto donde “los derechos humanos en América Latina pasarán tiempos difíciles”. En definitiva, son tiempos aterradores.

Ninguna lucha por el reconocimiento fue ni será fácil. Más cuando la homofobia encubierta se devela en la falsa tolerancia, la nula objetividad y las triviales opiniones que endosan los voceros oficiales de lo políticamente correcto.

Como diría Nietzsche, en La ciencia jovial, estamos en “el tiempo de las morales”. La cuestión del derecho al reconocimiento de las minorías con preferencias sexuales distintas no la podemos entender desde el binarismo: bueno o malo, tan habitual en nuestros supuestos debates. El reconocimiento y el derecho tienen que ser ecuánimes.

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