Aprender a no tomarse tan en serio a uno mismo. Por: Fernando Vásquez



En filosofía, el término ‘contingencia’ -lato sensu- hace referencia a una situación, hecho o estado de cosas que, o bien podría darse, o bien no. Así, un determinado hecho, por ejemplo, el hecho de haber nacido en Panamá es contingente, pues podría haber nacido en Tayikistán o Ghana o simplemente podría no haberse dado el hecho de mi nacimiento. Un hecho es contingente, en suma, si su negación u opuesto no es imposible – No es imposible haber nacido Chino. En este sentido usó el término ‘contingencia’ el filósofo alemán Wilhelm Leibniz (1646-1716) para quien los hechos contingentes – él les llamó verdades de hecho podrían también no existir, pero desde el momento en que existen, tienen una razón de ser. Esto último hace que  el término ‘contingencia’ se enlace hasta confundirse con un sentido menos filosófico del mismo. En dicha acepción, ‘contingencia’ quiere decir la dependencia de un hecho sobre otros. Es decir, un hecho podría ocurrir o no porque depende de otro hecho y por tal razón es contingente. Por ejemplo, mi existencia depende de algunos otros hechos que son también contingentes, v. gr., que mis padres llegaran a conocerse o, para ponerlo en palabras de Leibniz, dependen de la voluntad de Dios (Dios pudo haber hecho que naciese en Lituania)
Tal como dijimos al inicio, la idea de contingencia es importante en Filosofía, es decir, sería difícil encontrar a alguien fuera del ámbito filosófico (algunas veces también dentro) que al analizar un problema cotidiano se diese a la tarea de considerar si los hechos sobre los que está pensando son posibles, contingentes o necesarios. Sin embargo, desde nuestra perspectiva creemos que pensar en lo contingente de algunas situaciones cotidianas podría ayudarnos a arrojar mayores luces sobre ciertos problemas que nos afectan como individuos y también como comunidad. Pensemos, por ejemplo, en el exceso de estimación propia que tiene lugar en la sociedad panameña. La mayoría de los hechos sobre los cuales se fundamenta dicho brote excesivo de orgullo (Un poco más de una década de crecimiento económico, el Canal, el dólar, la medalla de Saladino, entre otras) son contingentes o, mejor dicho, son hechos que están sujetos a la acción del tiempo y la casualidad. Frente a ello, vale la pena preguntarse si lo que hoy es una fuente de orgullo podría mañana ser generador de lástima y manantial de decepciones.
No intentamos aquí argumentar en contra de la necesidad sentida por algunos de entenderse parte de algo importante. Merece la pena, empero, reconocer la contingencia no sólo de los hechos que son motivo de orgullo sino también de nuestras apreciaciones e interpretaciones de los mismos. Para comprender mejor, sólo basta con pensar en la visión dominante hasta hace unos años entorno al periodo de crecimiento económico. Muchos pensaron que dábamos un gran salto a la lista de los países desarrollados. En contraste con ello, luego de esa embriaguez de dólares, hoy existe la impresión de que perdimos una gran oportunidad como país y que tal crecimiento, como siempre, fue a parar a las manos de unos pocos.
Así, a fin de calmar el malestar que padecemos luego de habernos bebido nuestro orgullo en exceso y para evitar culpar a otros de nuestros propios excesos, es recomendable no tomarse a uno mismo (como individuo y comunidad) tan en serio. Ello quiere decir simplemente, como diría Richard Rorty, aceptarse como individuos miembros de una comunidad de valores contingentes, sujetos a la acción del tiempo y el azar, sujetos al cambio. No tomarse tan enserio, en ese sentido, sería el primer paso hacia una concepción más pluralista del mundo, hacia una tolerancia general de distintas e incluso inconmensurables formas de ver el mundo, ninguna más fundamental que la otra.

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