Reflexiones sobre la diplomacia panameña: una invitación a la polémica. Por: Deyra Caballero

Hace tiempo que el ejercicio de la diplomacia en países como Panamá se ha inmiscuido con prácticas banales; cócteles con distintivos políticos o pláticas amenas entre Gobiernos ajustados a un determinado arquetipo ideológico. Los ciudadanos y ciudadanas se sienten cada vez menos identificados con un concepto de política exterior, simultáneamente alejados por el dogma clasista que lo rodea. Se nos ha olvidado la esencia que define la historia de la diplomacia, empezando con la Paz de Westfalia de 1648, donde confrontaciones bélicas multilaterales empujan a nuestra humanidad a la negociación y reconciliación, para así establecer un statu que de seguridad generalizada para todos los países reconocidos en esa época. Esta esencia caracterizada a su vez por la violencia que marca un modelo político que ha evolucionado hasta nuestros días, y que sigue influyendo en las inequidades que avistamos cotidianamente.
Para Hans Morgenthau, teórico del realismo en las Relaciones Internacionales, la cuestión se centra en el fenómeno del poder en la política internacional y la obstinada e irremediable continuidad de lucha por el poder como foco de cada Estado nación. Podemos sentar que un país que ejerce una diplomacia efectiva es aquel que decide apostar en un juego por el poder. Este juego entre naciones de partida empieza con desigualdades que denota cada participante: aquellos que triunfaron sobre los países que mantienen aún mentalidad de colonizados.
Panamá jugó un papel notable a partir de sus esfuerzos por alcanzar la tan anhelada soberanía del territorio canalero. El rol que sostuvo por tantos años dentro del escenario mundial no solo fue asertivo, pero a la vez nos demostró nuestra capacidad de acceder a un ideal de integración latinoamericana, solidarizando con países hermanos y enfrentándonos a la mayor potencia de la historia. Según el abogado Diógenes Arosemena, ‘la condición de país-puerto solo nos deja espacio y tiempo para lo material e intrascendente '. Hemos presenciado un cambio del paradigma nacional respecto a la diplomacia que debemos llevar a cabo en tiempos contemporáneos, sucumbiendo ante un modelo de resguardo del comercio y sus actividades adyacentes, cuyos beneficios reales llegan al alcance de una minoría socioeconómica. Dejamos de lado un proyecto a largo plazo que se incorpore al cambio geopolítico de la región.
Un nuevo contexto internacional como el que vivimos tras el fin de la Guerra Fría entrevé una realidad convulsionada de los países que participan del juego de poderes, y sumiso en sus contradicciones. Esta ‘paz ', que nunca fue acordada por las naciones, está sostenida por el miedo; y con el miedo se busca solucionar los problemas de carácter político-militar, a través de las fuerzas armadas y la violencia. El inminente peligro que representa la presencia humana en nuestro planeta, a su vez, urge un liderazgo firme hacia la sostenibilidad, no solo ambiental como equívocamente generalizamos, sino un acercamiento político, económico y social. La transparencia, dentro de este enfoque del avenir, es un pilar que debe sostener cada Gobierno para adquirir la confianza del poder público, emanado únicamente del pueblo. En el caso panameño, infelizmente, ha sido el factor más ultrajado. Nos dejamos pintar el paraíso por fútiles políticos y nos sesgamos ante condiciones que limitan nuestro desarrollo como sociedad íntegra. Apenas en las últimas semanas es válido mencionar un caso que replica este fenómeno. La salida de Joseph Stiglitz y Mark Pieth del comité especial de los ‘Panama Papers ' vislumbra una faceta de nuestro manejo dubitativo en la política internacional. No podemos investigar la transparencia y obstaculizar la misma, y las declaraciones de ambos expertos señalan esa ambigüedad que el Gobierno panameño pretende mantener.
La diplomacia florece y se desarrolla a partir del debate, se inspira por intereses nacionales y sencillamente abandona su propósito cuando el Gobierno deja a un lado la necesidad de una planificación adecuada. La realidad es que Panamá solo elaboró un plan de Estado respecto a la diplomacia en los años setenta y, tras lo que consideró el fin de la lucha por la soberanía, desatiende este importante sector.

La nueva dinámica internacional es volátil, e inevitablemente quedamos rezagados. Así como hoy exigimos la eficiencia y transparencia en una gestión gubernamental, debemos ponderar la necesidad de una representación digna de la población panameña.

Fuente:http://laestrella.com.pa/opinion/columnistas/reflexiones-sobre-diplomacia-panamena-invitacion-polemica/23957110

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