El Maestro ante la adversidad. Por Richard Morales


La educación en Panamá se encuentra en crisis, a razón del abandono estatal y la creciente desigualdad y exclusión social, difícil realidad que hace aún más admirable el trabajo de los maestros, quienes a pesar de estas circunstancias adversas, hacen lo posible por cumplir con su deber.

Hay quienes buscan culpar individualmente a cada educador de la crisis, pero olvidan que responsabilidad en temas de Estado recae sobre quien tiene el poder sobre las decisiones y los recursos, por lo que el deterioro de la educación no puede atribuírsele a los miles de educadores que cada año afrontan su salón de clases bajo condiciones sobre las cuales no tienen ningún poder, sino a las élites políticas y económicas que tienen en sus manos el destino del sistema educativo como un todo.

¿Quién tiene la responsabilidad de que la gran mayoría de los planteles no tengan bibliotecas, laboratorios, enfermerías o gimnasios, no cuenten con psicólogos o trabajadores sociales, que los planes de estudio y las metodologías estén desfasadas, que no haya alimentación completa, que las jornadas y el año escolar sea exiguo, que haya escuelas multigrados, infraestructura deficiente, insalubridad generalizada, salones sobrepoblados y ausencia de especialistas y programas de formación continua funcionales? En esencia, la culpa recae sobre quienes tienen el poder para cambiar las condiciones bajo las cuales los maestros dan clases y los estudiantes aprenden.

Pero el entorno del estudiante no se limita al plantel, además está la realidad social de los estudiantes en sí. Niños con hambre, provenientes de hogares disfuncionales, donde existe abuso y abandono, pobreza y precariedad, dentro de comunidades sumidas en la violencia, expuestos a influencias corruptoras y presiones consumistas y delincuenciales, todo producto de un sistema económico inhumano que arremete con mayor fuerza contra los miembros más vulnerables de toda sociedad: su niñez. Y esta realidad desigual y excluyente, la carga también el educador, a quien se le pide compense por todas las injusticias que afronta el estudiante en su entorno familiar y comunitario, además de las deficiencias del sistema educativo en sí.

Una vez comprendemos esta realidad, nos damos cuenta que el maestro no hace poco, hace mucho; precisamente porque le pedimos hacerlo todo en una sociedad que abandono a su niñez. Maestros que por un salario insuficiente, sin recibir ningún tipo de reconocimiento social, les toca ir más allá de sus funciones, poniendo de sus propios recursos para ayudar con la alimentación, útiles y necesidades básicas de los estudiantes, haciendo de orientador y trabajador social, y hasta recaudando fondos para invertir en las mejoras de los planteles. En otras palabras, intentando sustituir la ausencia del Estado y la descomposición de la familia y sociedad.

El sistema educativo ha colapsado porque al poder político y económico no les importa con la educación de las mayorías, excepto cuando pueden lucrar con ella. Permiten se deteriore, para que los padres se sientan presionados a enviar a sus hijos a colegios particulares, obligando a miles de profesionales y trabajadores a realizar esfuerzos sobrehumanos para pagar escuelas cada vez más caras. Cada año se invierte menos en la educación pública, lo que degenera en una progresiva privatización de facto, bajo la peligrosa premisa de que la educación no es un derecho, sino una mercancía, un producto de consumo como cualquier otro.
Ante una crisis que amenaza con despojar a generaciones de panameños del acceso a una formación integral, debemos solidarizarnos con los maestros, y unidos, padres de familia, estudiantes, ciudadanos todos, asumir el compromiso de luchar por un sistema de educación público, universal, científico y gratuito, que cuente con los recursos y capacidades para garantizarle a cada niño y niña el igual derecho a una educación de calidad que le permita desarrollarse plenamente como ser humano en comunidad.

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