Un pasaje y reflexión sobre la vida, obra y legado de un sacerdote. Héctor Gallego. Por: Félix E. Villarreal V.
A la llegada de este 9 de junio del 2016,
se cumplirán 45 años de lo que fue aquel secuestro y desaparición de
Jesús Héctor Gallego Herrera, sacerdote oriundo del suelo antioqueño del
hermano pueblo de Colombia; que desde muy temprana edad se sensibilizó con los
problemas sociales y políticos que afectaban a la población más pobre de
las áreas rurales y se forjó el propósito de hacerse sacerdote y llevar la
palabra de Dios a cualquier parte donde se requiriera sus servicios.
A la ocasión conmemorativa, recordando la
importante misión y compromiso asumido por este servidor de la iglesia que se
entregó a la causa de los pobres del campo; creo oportuno recordar y revisar
algunas lecturas y al paso de nuestro escrito apuntar algunas reflexiones,
aspectos relevantes y acontecimientos en torno a la vida, obra y recorrido, que
de hecho dejó huellas en la historia eclesiástica panameña y por ende en la
memoria de quienes todos los años, le recuerdan y rinden homenaje a través de
diversos actos eclesiales y populares en la región de Santa Fe de Veraguas y en
otras regiones campesinas de nuestra geografía nacional.
Héctor Jesús Gallego Herrera, a sus 27
años, siendo un destacado estudiante seminarista pudo conocer por algunos de
sus compañeros, que en Panamá, en la Diócesis de la provincia de Veraguas había
escasos sacerdotes para prestarles servicios espirituales a más de 150.000
personas en aquel entonces. Por lo que una vez consagrado en 1965 en
Medellín como sacerdote, decidió a Panamá como el lugar ideal para realizar su
misión en beneficio de los pobres.
Gracias a su buena relación con Monseñor
Marcos Gregorio McGrath en aquel entonces, éste le facilitó la posibilidad de
ser nombrado misionero en Panamá en 1967 para desempeñar su labor eclesiástica
como Diácono en la provincia de Veraguas; conociendo a partir de allí la
realidad e idiosincrasia en cada pueblo. Ese mismo año, ofreció sus primeras
misas en el pueblo de San Francisco y tiempo después se trasladó a la
población de Santa Fe donde decide oficialmente residir, y es a partir de ese
momento que comienza a prestar sus servicios religiosos a los
campesinos de esa región montañosa y apartada del país.
Poco a poco fue conociendo la situación de
pobreza que a diario se manifestaba en esta región, acompañada de los
abusos ejercidos por las autoridades gubernamentales sobre los campesinos
y la extrema explotación ejercida por los terratenientes de la región;
fueron sensibilizándolo y llevándolo a convertirse en orientador, organizador y
protector de aquellos campesinos; denunciando la violencia institucionalizada
que se daba contra los pobres. Por lo que, al asumir ese compromiso
eclesial como defensor de los intereses de los campesinos, lo convirtió de
inmediato en una figura adversaria a los intereses de los terratenientes y por
ende en objetivo de estos para futuras represalias contra él.
De acuerdo a múltiples testimonios de los
pobladores en aquel entonces, recabados por la iglesia, por algunos
investigadores, historiadores y desclasificados; luego del golpe militar de
aquel 11 de octubre de 1968, las comunidades campesinas comenzaron a vivir un
período difícil de despojos y persecución. Debido a que muchos
terratenientes del área, en alianza con funcionarios
gubernamentales de esa época, les arrebataron muchas tierras a las
comunidades campesinas y acentuaron la explotación de los que trabajaban
dentro de sus propiedades. Y la producción de los campesinos en las tierras
comunales era acaparada por los terratenientes, que las compraban a precios
miserables para vendérselos posteriormente en épocas de escases a precios
onerosos.
Abusos como estos, llevaron a Héctor
Gallego a impulsar la organización de los campesinos para defender sus derechos
y la creación alternativa de una Cooperativa; hecho que le trajo la
animadversión de poderosos dueños de negocios en el área, ya que organizar e
impulsar esa alternativa se constituiría en un importante bastión de lucha,
para evitar la explotación y la profundización del empobrecimiento de los
campesinos del distrito de Santa Fe en Veraguas y demás adyacentes.
Para julio de 1970, afectado por la
organización que el sacerdote estaba impulsado en la comunidad
campesina, uno de los terratenientes lo acusó de ser el responsable de la
quema de una planta eléctrica de su propiedad. Esto llevó a los
servicios de seguridad de la dictadura militar naciente a arrestar al Padre
Gallego; pero luego de la asistencia de Monseñor Marcos Gregorio McGrath fue
liberado de aquellas calumniosas acusaciones. Este incidente fue conocido
en todo Veraguas y a nivel nacional, que llevó a la Conferencia Episcopal a
emitir un pronunciamiento público en julio 16 de 1971, denunciando esta
situación.
Es a partir de ese incidente, que el padre
Gallego asumió la responsabilidad de desempeñarse como vocero de los campesinos
de Santa Fe en los distintos encuentros que promovía el gobierno para
discutir las propuestas del plan de desarrollo para esas
comunidades. El sacerdote escuchaba las opiniones, puntos de vista y
rechazo de los campesinos a lo documentado en el plan y posteriormente procedía
a llevar las peticiones que ellos hacían, a las autoridades gubernamentales.
Esto poco a poco fue tensando las
relaciones entre las comunidades campesinas de Santa Fe y los funcionarios
gubernamentales, ya que los encargados del área agrícola no compartían las
sugerencias propuestas por los campesinos para el plan de desarrollo agrícola
de la región en aquel entonces. Estos planteamientos, llevados en la
vocería del sacerdote, alarmaron inmediatamente a los miembros del Estado
Mayor, pues consideraban que las propuestas presentadas por campesinos a través
del sacerdote, se orientaban a provocar la recuperación de tierras expropiadas,
adquirir el control del comercio en la región, aumentar la producción y
garantizar mejores servicios de salud.
Ante esa situación, según consta en
documentos e investigaciones de la época, la cúpula de la dictadura militar dio
carta abierta para que se ejerciera presión sobre el sacerdote Héctor Gallego,
para obligarlo a encuadrar sus actos y por ende el de los campesinos, dentro de
los lineamientos establecidos por ellos. Cosa que él, por sus convicciones
religiosas y por su compromiso con su gente nunca acepto.
Esa negación del sacerdote de no aceptar
los lineamientos impuestos por militares trajo consigo el inicio del asedio y
la persecución contra Gallego. Esto se constata en testimonios que en su
momento expresaron los pobladores sobre aquella ocasión en la que elementos de
la policía militar del régimen, al anochecer del 23 de mayo de 1971, le
prendieron fuego al rancho en el que vivía, obligándolo a buscar refugio en
casa de una familia campesina del lugar. Este y muchos otros incidentes
continuos de intimidación y persecución hicieron que el sacerdote presintiera
que los militares ya estaban preparando algún acto más violento contra él.
Esa situación lo llevó a comunicarlo a sus
superiores. Y a los campesinos de la cooperativa "La Esperanza de los
Campesinos" les expuso lo siguiente: “Ustedes saben que ya me están
persiguiendo y en cualquier momento me pueden hacer alguna cosa...". Por
lo que ustedes son responsables de llevar a cabo el programa de Evangelización
que encausará la liberación de los hombres de este mundo, y en especial en
Santa Fe. Es por esto que les digo que: “Si desaparezco no me busquen,
sino que sigan la lucha”, porque lo importante es la salvación de todos los
hombres de la explotación y esclavitud ocasionada por los explotadores y por
esto hay que morir si es necesario. Este es el compromiso último de un
cristiano.
A pesar de presentir lo que contra él se
fraguaba, el sacerdote hizo varios intentos de entrevistarse con los jefes del
Estado Mayor de lo militares encabezados por Omar Torrijos Herrera, con el
propósito de presentarles las principales peticiones de los dirigentes
campesinos en torno al plan de desarrollo en el campo, pero esto nunca fue
posible. Estando en la ciudad capital (el 4 de junio de 1971) en una entrevista
que concedió a la emisora católica Radio Hogar; al no ver respuesta a favor de
los campesinos, Gallego arremetió contra los comerciantes y terratenientes
de la región y señaló a su vez que la orientación del movimiento social y
político que se estaba gestando en Santa Fe tenía que irradiarse a todo el
país. Esas declaraciones sin lugar a dudas alarmaron y alertaron al
Estado Mayor de los militares, quienes en lo inmediato giraron
instrucciones para desarticular la Cooperativa y por ende la organización
campesina orientada por el cura.
La voz en defensa de los campesinos y ante
aquella decisión no se hizo esperar, por lo que urgía a los militares acallar,
sin demora; el verbo y la palabra cierta del sacerdote que movía voluntades
hacia la consecución de una patria en donde resplandeciera la verdad y la
justicia. Las acciones de Gallego llevaron al Estado Mayor a tomar la
decisión de capturarlo, acusándolo de “comunista” e inventar contra él, una
serie de cargos y delitos subversivos para justificar así su deportación.
Este singular, carismático y decidido
sacerdote, defensor de los pobres del campo y apegado a la fe cristiana, fue
secuestrado la noche del miércoles 9 de junio de 1971, en la comunidad
campesina de Santa Fe de Veraguas. Y de acuerdo a informes desclasificados y
recabados por la misma iglesia, señalan que poco antes de que iniciara el nuevo
día, los verdugos que lo secuestraron se percataron de que las heridas que le
habían ocasionado eran contundentes y de suma gravedad, y los síntomas que
manifestaba eran las de un moribundo; "el cráneo de Gallego sufrió severas
fracturas a consecuencia de los golpes que recibió después de ser
secuestrado."
María López Vigil, en su libro “Héctor
Gallego está vivo” señala que la muerte del sacerdote generó serias
preocupaciones ante la cúpula del régimen militar, debido a que si el cadáver
se entregaba a los directivos de la comunidad católica, esto reflejaría
las consecuencias y contundencia de las torturas a las que fue sometido el
sacerdote y el mundo se enteraría de las atrocidades con la que actuaban y se
manejaban los estamentos de la dictadura militar. Por otra parte, esto de hecho
ocasionaría un conflicto diplomático con el Vaticano, y eso era lo que menos se
quería en ese momento. Por lo que todo concluye entonces, que optaron por
desaparecerlo.
Luego del atroz crimen, cabe mencionar que
las investigaciones del caso Gallego se mantuvieron cerradas durante dos
décadas. Y tras el derrocamiento de los militares, con la invasión de Estados
Unidos en 1989 (que a su paso dejo una gran destrucción al país y una
inmensa lista de muertos, heridos y lisiados), con la instauración del nuevo gobierno
“democrático” encabezado por Guillermo Endara G., se reabre el caso y en el año
1993, en el que un jurado de conciencia condenó a 15 años de prisión por
secuestro y asesinato del Padre Jesús Héctor Gallego Herrera, a los ex
militares Melbourne Walker, Eugenio Magallón y Nivaldo Madriñan. Oscar Alberto
Agrazal fue absuelto de las acusaciones y Magallón fue juzgado en ausencia ya
que se encontraba prófugo en aquel entonces.
Aquel hombre de tez clara y de apariencia
física insignificante, con sus convicciones religiosas y de opción preferencial
por los pobres; apegado a la fe transformó y organizó la conciencia de cientos
de campesinos en aquel remoto rincón del campo veragüense, y con entrega
incondicional fue el consejero, guía y vocero de los que menos tienen.
El nombre de Jesús Héctor Gallego Herrera,
pasó a formar parte de esa larga lista de asesinatos y desapariciones forzadas
ocasionadas en Panamá, durante los veintiún años de militarismo y por ende
quedó registrado en las gloriosas páginas de nuestra historia patria. Esa
historia que el pueblo campesino, las organizaciones populares, los ciudadanos
conscientes y la iglesia de los pobres, con sus jornadas y acciones año tras
año lo recuerda, le rinde homenaje y sigue aún con la esperanza de poder
encontrar sus restos.
María López Vigil, nos dice que Gallego
“Fue un pionero. (...)Cuando se empezaban a tejer nuevas organizaciones de base
cimentándolas en el evangelio, ahí estaba él. Cuando se inauguraba una nueva
manera de ser iglesia y de ser sacerdote, nuevos compromisos y nuevos riesgos,
también estaba él. Y a la hora de pagar el precio de estos cambios, también
(...) Pionero sin pretenderlo”.
Maritza Maestre, ex
educadora coordinadora del Comité de Familiares de Desaparecidos y Asesinados
de la Dictadura en Panamá-Héctor Gallego (COFADEPA-HG), manifestó en su
momento que: “Héctor Gallego hizo una excelente labor de educación y
concientización a los campesinos, los organizó y les enseño la importancia del
cooperativismo; luchó siempre junto a ellos por sus derechos y por su tierras
(...).
La lucha actual de los campesinos e
indígenas por defender y preservar la madre naturaleza, frente a los proyectos
hidroeléctricos, mineros y contra la devastación de los bosques; son el más
claro ejemplo de que Héctor Gallego está presente en sus luchas, al igual que
la de muchos otros hombres y mujeres, dignos y valioso que entregaron sus
vidas, y que en su accionar patriótico y nacionalista, forjaron en la
conciencia del pueblo panameño la necesidad de organizarse y luchar por sus
derechos, conquistas y autodeterminación como pueblo.
Estas acciones hoy la vemos en los
Ngabe-Bugle en su lucha contra el proyecto e inundación de Barro Blanco; y
a los campesinos en su lucha contra las demás concesiones de
extracción y contaminación de los ríos y playas del país; en la lucha de
los ciudadanos en defensa permanente de la democracia real y participativa, por
el respeto a los derechos humanos, económicos y sociales de las grandes
mayorías, contra la corrupción e impunidad latente; y contra el alto costo de
la vida impuesto por el sistema neoliberal y aplicado por los gobernantes de
turno.
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