No es fácil ser panameño. Por Luis Pulido Ritter


Me acuerdo que en 1990, un año después de la invasión, iba en dirección a Praga. En tren. En la frontera el tren hizo un alto y dos policías checos subieron al vagón para revisar los pasaportes. Entraron a mi cabina, que estaba llena de turistas, y les di mi pasaporte como todos los demás. Regresaron los pasaportes, pero el mío se quedó en la mano de uno de los policías que revisó mi pasaporte con extremo cuidado. Me dio la orden de salir de la cabina y bajar del tren. Ya fuera me introdujeron en una celda y revisaron todas mis pertenencias. No encontraron nada que les llamara la atención y, sin ninguna explicación, me regresaron mi pasaporte panameño. Los demás pasajeros de la cabina me miraron con cierta consternación y yo hice lo que siempre he hecho cuando viajo en tren o en avión: abrir un libro para leer. Esta anécdota es solo para mostrar que, en determinadas circunstancias, no es fácil ser panameño. En mi vida académica en Europa, ya sea en Alemania (donde he vivido muchísimos años), en Francia y en España, he tenido miles de veces que escuchar que Panamá es, sencillamente, una invención de los norteamericanos. ¿Quién, en su sano juicio, trataría de rebatir todo el tiempo esta opinión que está llena de ignorancia y prepotencia, de prejuicios y mala información? Entonces me quedo callado y solo me limito a decir que la historia de Panamá es harta complicada, dando a entender así que aquella opinión es un exabrupto e invitando al que la dice que vaya a una biblioteca o que busque información en internet. Lo cierto es que ahora ya no tenemos que defendernos o protegernos con simples aseveraciones históricas, sino con la muy mala imagen de ser un "paraíso fiscal". Creo que ésto sí hay que tomarlo en serio, porque es verdaderamente un estigma, más en un mundo donde globalmente se está luchando contra la corrupción, la malversación de fondos, contra la desigualdad y por la transparencia. No es un asunto de envidia contra una clase o políticos. Es que vivimos en un mundo (de recesión, de despidos, de precarismos, etc.) donde la obscenidad de la riqueza ha llegado a tal punto que es insoportable para cientos de millones de personas. Es una obscenidad que no conoce fronteras, profesiones, ideologías e, incluso, religiones. Allí está el ejemplo de Francisco que ha renunciado hasta de ponerse sus zapatitos rojos y anillos de oro que le corresponde tradicionalmente a un Papa. Y precisamente dentro de este mundo, que no discute si tal o cual negocio es legal, porque todo puede transcurrir de forma legal, es que ocurre el escándalo de los Papeles de Panamá. El problema aquí es la facilidad con que este negocio transcurre legalmente. 
Pero una cosa es cierta: Panamá no podrá regresar fácilmente al "business as usual", Algo tendrá que cambiar en la forma de cómo nos relacionamos con el mundo. Aquí no discuto la legalidad de este tipo de negocio, si se ha avanzado o no con el cumplimiento de acuerdos internacionales. Pero lo que sí discuto es que confundan a Panamá y a todos los panameños con ese escándalo. Lo que sí discuto es que el país se dé el lujo de mantener una clase política dudosa, una democracia que financie sus candidatos con millones de dólares y una burocracia inoperante. Y además discuto la bochornosa promiscuidad de la economía y de la política. Por ejemplo, ¿creen ustedes que en Alemania (que es el país europeo que mejor conozco), el presidente de la Siemens o de la Bavarian Motors podría ser el consejero oficial de la señora Merkel? Es impensable.
Ser panameño no es fácil, es decir, la consciencia de serlo.

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