El Canal en las Naciones Unidas. Por Julio Yao
I
‘La reunión en Panamá del Consejo de
Seguridad constituyó una hermosa realización de la profecía de Bolívar', Juan
Antonio Tack, ministro de Relaciones Exteriores de Panamá.
Entre el 15 y el 21 de marzo, se
conmemoran 43 años de la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU en Panamá.
El presente relato da fe del papel, desconocido para el público, que jugué en
este evento, que sirvió para rectificar su rumbo equivocado desde sus inicios.
Lo actuado se concatena con nuestra lucha de mucho antes, especialmente contra
los proyectos Robles-Johnson de 1967, entre febrero de 1966 y octubre de 1968.
No soy, pues, un recién llegado, y este relato constituye una parte de mis
Memorias.
En agosto de 1968 pronuncié un
discurso en mi toma de posesión como presidente de la Asociación de Estudiantes
de Diplomacia ante los Gobiernos de Marco Robles y Arnulfo Arias (presidente
electo) y el Cuerpo Diplomático, Charles W. Adair, embajador de EE.UU., dos
meses antes del golpe del 11 de octubre. Allí desmenucé por primera vez, punto
por punto, las causas de nulidad del Tratado Hay-Bunau Varilla de 1903 y lancé
el siguiente reto:
‘Si Panamá, ante la terrible
disyuntiva en que pudieran ponerla los Estados Unidos, decide al fin ponerse
los pantalones y aspira un tratado que, consultando su interés nacional con el
legítimo interés del pueblo norteamericano, salvaguarde el interés de la
comunidad internacional, que se vea en el espejo de España que acaba de
retornar victoriosa de las Naciones Unidas, y lleve el Canal de Panamá, Gibraltar
americano, ante tan acogedor seno, para que allí se decida la suerte de este
problema, que es uno político y no jurídico (porque esto último está claro) y,
fundamentalmente internacional. Allí la justicia espera al pueblo panameño
porque, como dijo el poeta Pablo Neruda sobre el futuro del Canal: ‘estas aguas
azules de dos mares/ no deben ser la espada que divide/ a los felices de los
miserables, / debiera ser la puerta de esta espuma/ la gran unión de dos mundos
nupciales: / un pequeño camino construido / para hombres y no para caimanes, /
para el amor y no para el dinero, / no para el odio sino para los panes, / y
hay que decir que a ti te pertenece / este canal y todos los canales / que se
construyan en tu territorio: / éstos son tus sagrados manantiales', (El Canal
de Panamá, Calvario de un Pueblo, págs. 213-238).
Luego de mi encarcelamiento, mi
escape a la Zona y mi exilio en La Haya, Holanda, donde hice estudios avanzados
de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales, además de una maestría
en Ciencias Sociales; y en España, desde donde, a preguntas del canciller Juan
Antonio Tack y el general Omar Torrijos, les contesté que consideraba
inaceptables los proyectos de tratados de 1971/1972, regresé a Panamá en agosto
de 1972 a ver a mi madre.
Luego de que Torrijos y el ministro
Tack me invitaran a asesorar al Gobierno como persona independiente, con todas
las garantías de libertad y respeto, acepté a condición de que solo asesoraría
las negociaciones del Canal, ya que tenía mis aprehensiones por la represión de
1968/1971. Por esa razón no acepté ningún cargo en el Gobierno, pero el
canciller Tack, jefe de las negociaciones, me solicitó ser su asesor personal,
lo cual acepté solo como funcionario de la carrera diplomática adscrito a la
Cancillería, por parte de la Universidad. No fue un nombramiento político.
Algo parecido ocurrió con los
expresidentes e internacionalistas Ricardo J. Alfaro y Harmodio Arias, cuando
el presidente y coronel José Antonio Remón Cantera les invitó a ser asesores de
las negociaciones del Tratado de 1955, a pesar de que tanto Arias como Alfaro
eran antimilitares confesos. Lo asesoraron por razones de Patria. Por esa
razón, hasta febrero de 1974, cuando me nombraron asesor de Política Exterior,
mantuve un perfil discreto.
II
En diciembre de 1972, Tack me
preguntó: ‘¿Qué significado tendría para Panamá la reunión del Consejo de
Seguridad? ¿Cómo deberíamos actuar para impulsar nuestra causa?'.
Respondí: ‘Podría ser una gran
oportunidad, pero también un gran peligro'. Sabía que era necesario llegar a
una ruptura con el colonialismo/imperialismo en la Zona del Canal y evitar caer
en la trampa del permanente revisionismo en las negociaciones. Pero
arriesgábamos fracasar, perder el apoyo y ahogarnos en un monólogo interminable
con EE.UU. El éxito o el fracaso dependía de nuestra actuación. ¿Qué
esperábamos de dicha reunión? Lograr una resolución favorable a nuestra
posición en futuras negociaciones y, para eso, había que redactar una a prueba
de fuego. ‘¿Qué propones que hagamos?', preguntó. ‘Primero, necesitaría viajar
a La Haya para estudiar todas las decisiones y resoluciones del Consejo de
Seguridad, además de la jurisprudencia de la Corte Internacional de Justicia en
materia de can ales y vías acuáticas internacionales (Suez, primordialmente) y,
segundo, redactar una resolución que reflejase al máximo nuestros legítimos
intereses, basada en el derecho internacional'.
La misión a La Haya, cuna del Derecho
Internacional, debía ser secreta para que EE.UU. no se enterara de la
estrategia panameña, ya que el canciller Tack estaba informado por el G-2 que
había filtraciones a la Embajada de EE.UU. de todo lo que se discutía en la
Oficina de las Negociaciones. La resolución debía estar blindada y constituirse
en éxito para Panamá, no importa si fuera vetada o no por EE.UU., ya que lo
esencial era el mensaje para recabar el apoyo internacional y construir un
nuevo escenario para las negociaciones.
‘¿Y qué hará mientras la comisión
asesora?', preguntó el canciller. ‘Póngales una tarea: redactar la resolución
que mejor estimen', contesté, Y así, el canciller Tack me solicitó por escrito
algunas características sencillas de la resolución, que llegaría sin duda a
manos de la Embajada, mientras redactábamos la resolución verdadera en La Haya.
Torrijos autorizó la misión, y en La Haya, estudiando 16 horas diarias durante
un mes, pude también sopesar opiniones de magistrados de la Corte Internacional
de Justicia e internacionalistas del Instituto de Estudios Sociales, mi alma
máter.
Al regresar en enero, el canciller
Tack presidió una reunión en la que expliqué la necesidad de proponer dos
resoluciones: una sobre la Zona y el Canal; y otra, sobre las bases militares,
las cuales podrían poner fin a la Zona e implantar nuestra soberanía con el
traspaso del Canal. Eran dos resoluciones, porque el Canal y la Zona tenían
raíces jurídicas diferentes a las de las bases militares. Estas resoluciones no
mencionaban la neutralidad ni la neutralización. Otros miembros de la comisión
presentaron una resolución, considerada más ‘suave' y conciliatoria con EE.UU.
(como lo confirman las recientes actas desclasificadas del Departamento de
Estado) que pedía la neutralización de los canales internacionales. Le expresé
al canciller mi extrañeza de cómo algún asesor hubiese redactado semejante
resolución, que más bien parecía redactada en el campo contrario.
Pero nuestras diferencias —que se
convirtieron en agria y violenta polémica— se dieron entre compatriotas que se
respetaban y compartían una misma bandera.
El Gobierno peruano de Velasco
Alvarado envió entre enero y febrero a sus mejores internacionalistas para
apoyar a Panamá. Luego de escuchar las dos corrientes dentro de la Cancillería,
el equipo peruano le manifestó al colega Boris Blanco, asesor de Política
Exterior, y seguramente a Tack, que ellos consideraban que nuestra presentación
era la de mayor peso y ‘la única que tenía lógica', pues ganábamos, aunque la
vetaran; ganábamos aun perdiendo.
Rechacé toda mención de la
neutralidad por cuatro razones: primera, porque el Canal jamás fue neutral;
segunda, porque la garantía de la neutralidad fue siempre un instrumento de
intervención para asegurar el control de Panamá y su Canal; tercera, porque
EE.UU. seguiría usando el Canal como instrumento de guerra, regulando el paso
de barcos según sus intereses; y cuarta, porque la neutralización de los
canales internacionales significaba una intromisión de Panamá en los asuntos de
los países árabes. El Canal de Suez, bajo soberanía de Egipto, estaba
comprometido en el conflicto árabe-israelí. Siendo los países árabes aliados,
entre otros, en la reunión debíamos ser cautelosos.
III
En la sesión inaugural del jueves 15
de marzo habló el general Torrijos, quien resumió magistralmente la lucha de
Panamá. Tuve la grata sorpresa de encontrarme en el recinto con Raúl Roa,
ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, quien, al verme, sorprendido
exclamó: ‘Oye Julio, ¿qué haces aquí? ¡Pensaba que estabas en Europa!'. Poco
después, en su discurso, el canciller Roa nos hizo un homenaje inesperado a
tres panameños cuando manifestó: ‘Pero han sido los escritores patriotas —como
Julio Yao, Jorge Turner y Jorge E. Illueca— y los combatientes nacionalistas de
Panamá los que han desnudado su trasfondo neocolonialista o han luchado para
exigir su abrogación, desafiando valerosamente persecuciones, atropellos y
masacres'.
Entre las primeras personas en leer
mi libro (El Canal de Panamá, Calvario de un Pueblo), se encuentran: Juan
Antonio Tack, Omar Torrijos, Fidel Castro y Raúl Roa. De estos cuatro, solo
estaba ausente físicamente de la reunión Fidel Castro. De los tres panameños
mencionados por el canciller cubano, dos estábamos en el recinto del Palacio
Legislativo: Jorge E. Illueca y este servidor, en tanto que Jorge Turner estaba
en el exilio en México.
El viernes 16 de marzo, segundo día
de la sesión, el canciller Tack me dijo en tono bajo que presentaría primero
‘la resolución más suave' y que, de fracasar ésta, propondría las nuestras, que
eran las más ‘duras'. Acepté la decisión porque estaba consciente de que ‘la
resolución suave' fracasaría estruendosamente desde el principio, como en
efecto ocurrió. Fue preocupante ver al canciller leerla y constatar la reacción
de disgusto del Consejo: el embajador egipcio se levantó airado, y la mayoría
de los delegados, africanos y árabes, pidieron un receso ‘para consultas' y se
fueron disgustados. ‘Yo no viajé cuatro mil kilómetros para aprobar una
resolución tan tonta', le escuché decir a un embajador.
Lo que ocurrió acto seguido fue una
reunión urgente y exclusiva de los delegados latinoamericanos a solas con el
canciller Tack en el Salón Azul, creo, durante más de una hora. Yo no intenté
entrar pero esperé a que saliera el canciller, casi a la medianoche.
Visiblemente exhausto el canciller, le recordé: ‘¿Ahora viene nuestra
resolución?'. ‘Te explico', me dijo, pasándose la mano por la cabeza: ‘Qué
vaina, Julio, los cancilleres latinoamericanos me presionaron porque temen que
nos radicalicemos tras el rechazo de la ‘resolución suave' y presentemos una
resolución que polarice a la región contra EE.UU., ya que ellos tienen
intereses que cuidar. En otras palabras, no están dispuestos a sacrificarse por
nosotros'. Yo estaba seguro de que entre esos Gobiernos no estaban ni Cuba ni
Chile (de Allende) y tampoco el Perú.
Le pregunté: ‘¿Y vamos a dejar
nuestra causa a un lado para hacerles caso a algunos cuantos Gobiernos
pusilánimes de América Latina?'. El canciller Tack no contestó, quizá
reflexionando su respuesta. Entonces le dije: ‘Mire, canciller, ¿cómo vamos a
lidiar con latinoamericanos entreguistas, por un lado, y con una nutrida
representación de africanos, árabes y no alineados que se nos aleja, por el
otro? ¿Con qué vamos a reunir los votos que necesitamos? Hay que dar un golpe
de timón. Yo estoy muy cansado desde La Haya, hace cuatro meses, de tanta
palabrería sobre un tema que conozco a fondo. Prefiero retirarme, irme a casa y
respetuosamente en este momento, canciller, renuncio al cargo'. Caminé hacia mi
auto en el estacionamiento de la Asamblea Nacional, pero al llegar, el
canciller Tack, que me había seguido, me detuvo y dijo: ‘Mira, Julio, disculpa,
déjame pensar; pero madruga y toma el primer avión que sale mañana a Contadora
y allá seguimos trabajando con los delegados que también van a la Isla'. ‘Está
bien', dije, ‘me parece razonable'. Al día siguiente tomé el primer avión que
partía a Contadora.
IV
IV
Tan pronto Torrijos llegó temprano el sábado 17 y se bajó de su helicóptero, al verme me preguntó: ‘Hola, Julio, ¿cómo te fue en La Haya? '. ‘Bien, general, pero necesito que nos reunamos usted y yo a solas, porque están ocurriendo cosas importantes que debe conocer '. El general asintió y me invitó a pasar a una sala donde había una mesa de trabajo. Me senté a la cabeza, y él se sentó a mi derecha.
El general Torrijos me escuchó en total silencio y receptivamente durante una hora. Le expliqué sobre la misión secreta y nuestras diferencias a lo interno de la Cancillería. Le alerté que habíamos empezado mal al presentar la noche anterior una resolución inconveniente a los intereses nacionales y que los embajadores estaban disgustados; que dicha resolución era conciliatoria con EE.UU. a costa nuestra; que era mejor que EE.UU. vetara una resolución patriótica y basada en el derecho internacional, y no que aprobara una resolución blandengue, porque en este caso el mundo no sabría cuál era nuestra posición y volveríamos a la misma cantaleta de 1903.
Terminé mi narración de sesenta minutos así: ‘General Torrijos, yo respeto mucho al canciller Tack, porque es mi jefe y un hombre honesto que no tiene otro interés que la Patria. Por encima de Tack lo respeto a usted, porque es jefe del canciller. Pero, por encima de usted está la Patria, y yo a la Patria me debo. Por ella lucho y por ella vivo '. Echándose hacia atrás y desorbitando mucho sus ojos, Torrijos preguntó sorprendido: ‘¿Así es la cosa? '. ‘Sí, así es '. ‘¿Y ya Tony (Tack) sabe de esto? '. ‘Sí ', respondí. ‘Entonces, dígale al canciller que ya habló conmigo '.
En la cena, el canciller, que se encontraba en una mesa flanqueado por Raúl Roa, Ricardo Alarcón, embajador de Cuba en la ONU, y los representantes de Indonesia, Yugoslavia y Guinea-Bissau, me vio venir y dijo, un tanto sorprendido, ‘Acércate Julio, ¿qué te parece que los embajadores me acaban de decir exactamente lo que has venido sosteniendo: que la neutralización es una intromisión en los asuntos árabes y que la resolución presentada congela las fronteras geopolíticas existentes, lo que favorece a Israel, puesto que ocupa actualmente territorio de Egipto? '. A su derecha, el canciller Tack me tenía reservado un asiento, pero me mantuve de pie. Entusiasmado, el canciller Tack me pidió que me encerrara en algún lugar y redactara un memo urgente para el general Torrijos que le resumiera las implicaciones de la ‘resolución suave ', las conclusiones y el contenido de la propuesta que necesitábamos.
En un repositorio de escobas y trapeadores, escribí un memo a mano para el general Torrijos de trece páginas largas. Le expliqué que la primera resolución nos inmiscuía en el conflicto árabe-israelí en contra de nuestros aliados; que la neutralidad y la neutralización de los canales eran contraproducentes y una ilusión, mientras no tuviéramos soberanía; que nunca hubo neutralidad pero sí intervenciones y un manejo guerrerista de la navegación por el Canal y que la neutralidad era una falacia en nuestro caso, pero que esa mentira histórica podía hacernos fracasar en el Consejo y en las negociaciones, si no la eliminábamos de nuestro vocabulario.
El canciller Tack le entregó el memo esa medianoche del sábado al general Torrijos. Mientras, nos dedicamos a hacer las consultas con los otros representantes del Consejo, que se quedaron hasta el domingo en Contadora. Los embajadores abrumadoramente rechazaban la resolución en el tapete. El canciller Tack me pidió fundir las dos resoluciones que tenía (sobre el Canal y las bases militares) en una sola. Una copia de esta resolución se le entregó al canciller peruano, general Miguel Ángel De la Flor Valle, quien era nuestro enlace con el resto del Tercer Mundo; y otra, al embajador Huang Hua, de China Popular, de quien yo era el enlace con el canciller Tack. En un golpe de timón, el canciller Tack presentó la resolución que internacionalizó la causa panameña y nos dio, pese al veto de EE.UU., una victoria moral importante. Se había cumplido el reto que lancé cuando estudiante en agosto de 1968.
Ese esfuerzo le permitió al canciller Tack finalizar la sesión el 21 de marzo de 1973 con esta frase lapidaria: ‘Estados Unidos vetó el proyecto de resolución en apoyo de la causa panameña, pero el mundo entero vetó a los Estados Unidos '.
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