26 años después. LA INVASIÓN: arde aún la memoria. Por: Manuel Orestes Nieto


26 años después
Hace un año publicamos el siguiente texto, al cumplirse 25 años de la invasión
a Panamá. Cada palabra sigue allí aguardando la acción de estado, de la nación, de nosotros, por dignificar a todos los caídos en los terribles días de diciembre de 1989.
Reiterar lo escrito en este 26 aniversario es una manera de reproche y señalar
que no puede ser que le "echemos tierrita" -como dijo el poeta Pedro Rivera-
a aquella barbarie que maltrató nuestra casa. 

LA INVASION: arde aún la memoria.

Manuel Orestes Nieto

Al cumplirse 25 años de la invasión a Panamá, el gobierno nacional instruyó oficialmente, un programa de actos para honrar la fecha, a los caídos y lo que expresaban las autoridades como “reconciliar al país” o “cerrar las heridas”. 

El más notable de esos eventos fue el que realizó el primer mandatario de la nación al encabezar la romería en el Jardín de Paz el pasado 20 de diciembre y poner flores en las tumbas de los asesinados y de los localizados en la única fosa común que se ha podido abrir en un cuarto de siglo y que muchos reposan allí .Un gesto de gobierno apreciable, que anunció además la creación de una Comisión que presidirá la Vicepresidenta Isabel Saint Malo, para atender diversos asuntos relativos a la invasión y sus estragos, entendiéndose que son pasos que debe dar la nación panameña para fijar-en su justa dimensión histórica y sin hoyos negros- los sucesos de la invasión a Panamá.

La madrugada del 20 de diciembre de 1989 es la más cruel y despiadada que le ha tocado vivir y morir con saña a nuestro pueblo.  La muerte artera entró a Panamá en la nocturnidad, desde el aire y desde dentro de la tierra entonces ocupada-en las riberas del Canal- por el ejército de los Estados Unidos. En la medianoche comenzó el charco de sangre nacional, el devastador crimen. Recientemente, la prensa ha recogido las declaraciones de uno de sus principales verdugos, quien un cuarto de siglo después dice -desde su feliz jubilación en Texas- que fue un error grave, un acto hostil innecesario. 

En todo caso, después de esos días sangrientos nunca más fuimos los mismos, aunque no lo sepamos del todo aún, aunque hayamos quedado atrapados en el pavor que nos produjo el impacto invasor, en el silencio, no hablar de eso y ocultarnos a nosotros mismos los daños, las heridas y el terror que causó la invasión,incluso hasta asumir con vergüenza una especie de amnesia colectiva.

El daño material y la vejación a la patria son páginas que no se pueden pasar. La espada imperial destrozó órganos vitales de este país. Al valorar el paso dado por las autoridades, es preciso agregar -con toda legitimidad-que es 25 años es ya demasiado tiempo y el país tiene que conocer la respuesta a la severa pregunta que sigue en pie, la respuesta satisfactoria a la amarga pregunta que es un reproche para el invasor y, quizás, más terrible para nosotros los panameños: ¿Cuántos murieron en la invasión a Panamá? 

Los cadáveres volatilizados no se pueden recuperar, pero sí los que fueron tirados a fosas comunes. ¿Cuántos son, quiénes son y dónde están?  Es demasiado prolongado este pecado capital y nacional de que aquellos asesinados se hayan quedado en la bruma, en el silencio, en el olvido.

Desde esos terribles días de diciembre de 1989 sabemos que hay fosas comunes diseminadas en la tierra patria, otros que fueron tirados al mar, compatriotas que fueron sacados en aviones aborrecibles del país y llevados a un país de América Central; posiblemente también hay fosas en áreas revertidas; hay testimonios de que cerca del propio Corte Culebra hay una fosa enorme, y es seguro que a orillas del mar, al fondo del Chorrillo, bajo concreto, cerquita de la Cinta Costera y así en otros lugares de la tierra panameña. Esas fosas no se han abierto; en los años noventa se señalaban sus lugares y luego los silencios se tragaron la información. Los caídos y masacrados están esperando aún con sus osamentas quebradas. Los destrozados y escondidos como basura de la guerra, desaparecidos, nos enrostran que los borramos de nuestras vidas y nos hicimos los olvidadizos.  Nos reclaman que no hemos tenido el coraje ni la vehemencia suficiente para esclarecer la verdad sobre esta masacre, la más espantosa y trágica de nuestra historia. 

La invasión es aún una llaga abierta en nuestra memoria. ¿Cuántos fueron los asesinados durante esa ocupación general del país, fulminante y cruel? ¿Por qué las cifras no son las cifras reales de muertos y desaparecidos y todo se ha quedado hasta ahora así? 

Hemos pasado -sin saberlo- cerca de alguna de esas fosas y esos compatriotas enterrados anónimamente nos piden que lo saquemos de allí; por favor que avisen a sus familias que calladas han rumiado una pena honda por más de 25 años. Año tras año hemos mirado para el otro lado, ya ni oímos... déjalo así… tranquilo…quieto todo, no hagas olas, no preguntes mucho, no presiones ni te metas a revolver este asunto... fueron los gringos, sí, pero ya deja eso en paz, no van a resucitar… ¿tú entiendes?... ya deja eso…  Pues, creo que no, que así no es.   

Si a este gesto oficial le siguen acciones comprometidas y diligentes para  esclarecer con la verdad y los datos aquella barbarie que nos maltrató, todo indica que es irrenunciable-por sobre todas las cosas- que en la investigación y la acción, se recabe la información, se recupere la que ha desaparecido, se encuentren y se abran todas las fosas donde están cientos y cientos de compatriotas acribillados. Panamá no puede seguir con esta carga tan pesada como la de dejar atrás a sus hijos muertos sin explicación.

A ellos les debemos la responsabilidad y que por años  hemos esquivado: encontrarlos y entregarlos a sus familiares; para superar este penoso e inexplicable olvido envuelto en sangre vidriada.  La nación tiene el deber histórico de acogerlos  en la memoria colectiva, en nuestro memorial patriótico, inscribirlos en nuestra historia de mártires y héroes, precisando todos los nombres que tuvieron. Son vidas panameñas que cegó una invasión salvaje y avasalladora y que no pueden quedarse -como algo que nunca sucedió- en el limbo de nuestra historia.

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