Universidades y sociedad de consumo. Por Alberto Valdés Tola*


Históricamente, las universidades se han mantenido durante siglos como una de las principales manifestaciones institucionales del espíritu humano, cuya misión no solo fue la de desentrañar los enigmas de la naturaleza, sino también la de dignificar la imagen del hombre; primero, como creación de Dios (recordemos que las primeras universidades fueron creadas por la escolástica en la alta Edad Media) y en segundo término, como constructor de su propio destino. En este sentido, las universidades como instituciones del saber científico y humanista han jugado un fundamental rol en la historicidad de los hombres y, por ende, de la misma humanidad. No obstante, y a pesar de ciertos esfuerzos por mantener su primacía institucional como principal ente generador y garante del saber, en las postrimerías del siglo XXI empieza a vislumbrarse, en estas casas de estudio, un evidente cambio de orientación hacia los intereses del mercado capitalista, lo que, en alguna medida, va sucumbiendo su mismo propósito loable como institución.
La sociedad de consumo, característica del capitalismo tardío de finales del siglo XX y principios del XXI, ha estructurado casi todos los aspectos de la vida humana, al punto de haber constituido en los seres humanos una suerte de identidad social basada en lo estético (lo superficial, el azar y la brevedad) y en el consumismo. En este sentido, las universidades dejan de constituirse en entidades rectoras del aprendizaje y los saberes para transformarse en simples tiendas de ventas, cuya mercancía son las certificaciones que otorgan; llámese título de técnicos, licenciaturas, maestrías, doctorados, posdoctorados, etc. Así, en este orden de cosas, no debe extrañar que se hayan cerrado carreras inservibles para el mercado (principalmente de las áreas humanistas y de las ciencias sociales); se hayan vulgarizado algunos planes de estudio, al punto de no tener una coherente orientación profesional, sino solo la incorporación de las necesidades del mercado (inglés, informática, etc.); la reducción temporal de los estudios superiores, los cuales antes eran de carácter semestral, ahora son por cuatrimestre y trimestre, lo que termina reduciendo el tiempo de estudios de una carrera de cuatro años a dos y medio o, incluso, menos tiempo.
Por otra parte, esta lógica crea un tipo particular de estudiante, el cual se caracteriza, primeramente, por mantener un interés, no en aspecto cognoscente (lo cual le otorgaría suficiencias, una clara visión de su carrera y las posibles implicaciones de su profesión en relación con el mundo en que vive), sino en aspectos solo pragmáticos, los cuales, más que desarrollar una conciencia profesional orientada al servicio a la humanidad, generan en estos una concepción de instrumentalismo que, al tiempo que le es útil a la lógica capitalista de nuestros tiempos posmodernos, ya que reemplaza la idea de progreso de la humanidad por otra más egocéntrica e individualista: progreso personal, en el que el estudiante y profesional se piensa y entiende como una isla, independiente de su mundo y, por ende, dirigido a exaltar su individualidad más allá de cualquiera otra consideración.
En segundo término, esta lógica de mercado recrea el fundamento del consumismo en el ámbito académico, ya que crea la idea ilusoria de que teniendo más títulos, uno es más capaz e idóneo en su profesión. Ahora bien, y sin desmentir del todo este último supuesto (ya que en alguna medida, tiene algo de veracidad), en la sociedad de consumo, los estudiantes empiezan a adquirir un claro comportamiento ritualista, en el que la meta cultural del estudio deja, en algún sentido, de tener preponderancia (a menos que dicho fin sea la sola y vulgar adquisición de dinero), al tiempo que es reemplazada por la simple concepción de que el estudio es un medio social. Lo que verdaderamente preocupa es que muchos estudiantes de educación superior entran en un rejuego infinito, en el que las universidades van creando niveles y ofertas académicas cada vez más creativas y variopintas, al punto de que ya no es el desarrollo profesional e intelectual con fines o metas culturales universales (como la idea kantiana del progreso de la humanidad), sino la idea mezquina de que este desarrollo personal tiene como principio y fin la constante adquisición de certificaciones (consumismo académico).
En síntesis, la sociedad de consumo no solo ha generado otro tipo de universidad y estudiante, sino que ha puesto en peligro su mismo significado y esencia como institución humana, desplazando la idea de mérito y excelencia por otras relacionadas al cúmulo de diplomas y certificados, o, en el peor de los casos, en generar un estudiante ambiguo y ritualista que ya ni siquiera comprende el propósito humanista del simple hecho de estudiar. Ahora bien, y aunque este orden de cosas, sea más evidente en universidades privadas que públicas, estas últimas ya han empezado a permutar con miras a ir adoptando lentamente estas tendencias consumistas, bajo supuestos argumentos de que la educación superior mundial se encuentra realizando los mismos ajustes institucionales.
En este sentido, no es aventurado suponer que algunas universidades ya han pasado de ser entes rectores del saber y de la excelencia intelectual y profesional a una ordinaria tienda por departamento, en la que, análogamente hablando, las facultades se transforman en secciones (electrodomésticos, hogar, etc.); en donde los títulos son la mercancía y en donde los estudiantes, simples consumidores.
*Sociólogo 

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